Por qué "Fake it till you make it" es un pésimo consejo: el costo psicológico de mentir sobre nosotros mismos
La gente miente. Eso es así y cuanto antes lo aceptemos, mejor. Es verdad que mentir está mal visto, pero eso solo significa que, de media, emitimos 1.66 mentiras piadosas y 0.41 mentiras grandes por persona al día. Y en este contexto, con un mundo profesional cada vez más agresivo, ¿por qué no sacarle provecho?
En eso se basa el ‘fake it till you make it’ que tanto se ha popularizado. El único inconveniente es que tiene algún que otro problemilla.
Fake it till you make it. No está claro cuando se acuñó el aforismo de “Fake it till you make it”. Hay quien lo conecta con una canción de Simon & Garfunkel, otros lo retrotraen hasta William James (uno de los padres de la psicología contemporánea) y algunos la datan a mediados del XIX. Sea como sea, popularizada por libros de productividad, la frase se ha convertido en uno consejo extremadamente popular.
En una primera lectura la idea de “fingir confianza, competencia y mentalidad optimista” de cara a que, pasado un tiempo, “esas cualidades se desarrollen de verdad en la vida real” puede tener sentido.
Nadie te va a pillar (en principio). Mentir es buena estrategia a corto plazo porque, pese a lo que se suele pensar, somos muy malos detectando si alguien miento o no. La probabilidad de saber si una persona está diciendo una mentira o no es del 54%.
Es decir, solo ligeramente mejor que el azar. De hecho, como explica Juan Ramón Barrada, profesor de psicología de la Universidad de Zaragoza, ni siquiera ese 4% se debe a nuestra capacidad, sino a los “mentirosos transparentes“, gente que sencillamente no sabe mentir.
Sobre la marcha, en el mismo momento en que se miente, ni los profesionales mejor entrenados para ello (policías, jueces o fiscales) son capaces de pillar a un mentiroso con fiabilidad.
¿Y, entonces, por qué no lo hacemos más? Esa es la gran pregunta, ¿no? Si es tan difícil que alguien nos pille, ¿por qué no le sacamos provecho? En primer lugar porque no somos tan listos como podríamos creernos. Que no nos pillen en el momento, no significa que no nos pillen. A los mentiros se les suele coger, claro que sí; pero se les coge a posteriori: cuando sus historias cambian y sus versiones empiezan a fallar.
Eso ya invita a pensar que mentir puede salir caro a medio-largo plazo. Sin embargo, hay muchas más cosas a tener en cuenta. Como decía al principio, la mayoría de las personas consideran inmoral mentir a los demás. Y eso, de forma general, afecta a todo el mundo.
No es ética, es autodefensa. Y es que las teorías más aceptadas nos dicen que es precisamente porque somos malos detectándolas. Se trataría de una “adaptación cultural” para mitigar el efecto negativo que las mentiras podrían ejercer sobre el tejido social. Una interiorización de un equilibrio social que se ha demostrado socioevolutivamente mejor que otros.
Mentir tiene un coste. Sea por eso o por cualquier otra razón, sabemos que el costo psicológico de mentir es alto. Sobre todo, si mentimos sobre nosotros mismos. Según el investigador polaco Cantarero y su equipo, mentir sobre uno mismo tiene un impacto pernicioso sobre la propia autoestima, especialmente en el mismo día. De hecho, bastaría con recordar que se ha mentido para que la baja de autoestima ocurra.
A posteriori, si la estrategia funcionó bien, puede ser que reevaluemos lo que pasó y creamos que fingir fue una buena opción. Pero los datos son consistente con la idea de que, en el momento, de que mentir sobre uno mismo hace un año psicológico bien ponderado.
¿Entonces no hay nada que rescatar de esa idea? Si somos rigurosos, tenemos que admitir que normalmente bajo el ‘fake it till you make it’ se esconden varias cosas. No es lo mismo fingir que somos algo que no somos (o que tenemos conocimientos que no tenemos) que ser conscientes de que nuestras vidas no deben de regirse por nuestros sentimientos, sino por un plan (de vida).
Pero no se trata de fingir que sentimos algo que no sentimos, se trata de saber que, como decía William James, acción y sentimiento son procesos que van de la mano. Sentir nerviosismo, inseguridades o miedo en ciertas situaciones es normal; la clave para que esos sentimientos cambien no está en esperar a que pasen, sino actuar. Si actuamos, los sentimientos vendrán detrás.
Imagen | Matt Brown
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