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El secuestro más largo de un avión en la historia de América Latina duró 60 horas. Sus autores: futbolistas piratas

El vuelo 601 del 30 de mayo de 1973 era pura rutina. Un servicio doméstico más, como los hay a miles hoy en todo el mundo. Y no especialmente largo. El avión en cuestión, Lockheed Electra HK-1274, de la hoy desaparecida aerolínea colombiana Sociedad Aeronáutica de Medellín (SAM), debía volar entre las ciudades de Cali, Pereira y Medellín, un agradable servicio con decenas de pasajeros a bordo.

El problema, como recuerda la cadena BBC, es que en un momento dado dos de esos viajeros se taparon los rostros con capuchas, sacaron armas e informaron a la tripulación que a partir de ese momento tomaban el control de la nave. Empezaba uno de los secuestros aéreos de mayor duración de la historia de la aeronáutica y el considerado como acto de piratería aérea más largo de América Latina.

Lo que debía ser un servicio aéreo rutinario de la SAM, de solo unas horas, acabó convirtiéndose en una odisea homérica que se prolongó más de 60 horas y dejó un recorrido de 24.000 kilómetros con una docena de aterrizajes y despegues. Ahora, más de medio siglo después, Netflix ha dedicado al suceso una miniserie de seis capítulos que ahonda en sus detalles. La pieza ya está triunfando en México.

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Aquel vuelo de 1973. Un vuelo doméstico más. Eso era lo que debía ser el itinerario cubierto el 30 de mayo de 1973 por el avión KH-1274 de la aerolínea SAM. El Espectador, periódico colombiano que informó en su día del incidente, recuerda que la nave despegó poco después de la una de la tarde de Bogotá para operar un vuelo con destino Medellín y escalas en Cali y Pereira.

Sus planes iniciales se fueron sin embargo al garate cuando, tras despegar de Pereira, los pasajeros escucharon una detonación. Al girarse se encontraron con dos hombres, dos individuos encapuchados que empuñaban armas y anunciaron que aquel avión quedaba bajo su control. Hubo quien hasta se lo tomó a broma.

Un rapto multitudinario. A bordo del avión viajaban 84 personas que veían cómo lo que debía ser un tranquilo trayecto entre ciudades colombianas pasaba a convertirse, entre armas, capuchas y gritos, en un acto de piratería aérea. Uno más. Como recoge el periodista italiano Massimo Di Ricco en ‘Los Condenados del Aire’, el libro en el que se inspira la serie de Netflix, en los años 70 los raptos de aviones estaban a la orden del día. Según sus cálculos, entre 1967 y 1973 se tomaron de esa forma en América Latinan cerca de 90 aeronaves, 30 de ellas en Colombia.

¿Miembros de la ELN? En el caso del vuelo comercial de mayo de 1973 de la aerolínea SAM, los secuestradores se identificaron como miembros de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), una organización que llevaba semanas acaparando páginas en la prensa colombiana debido a una redada policial durante la que, supuestamente, se había apresado a varios miembros del grupo.

Tras tomar el control de la nave, los secuestradores pusieron dos exigencias a las autoridades: la liberación de presos políticos en Colombia y un rescate de 200.000 dólares, cantidad que llegaron a elevar hasta los 400.000 y más tarde redujeron a 170.000. Sus advertencias eran serias. Al resto de pasajeros y la tripulación, los raptores les advirtieron que contaban con bombas que podrían explotar.


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Un largo (larguísimo) periplo. El del vuelo 601 no sería un secuestro sencillo. Ni desde luego breve. Acabó prolongándose 60 horas y 15 minutos durante los que se recorrieron 24.000 kilómetros por diferentes naciones, con 12 aterrizajes y otros tantos despegues. Tanto duró, que se considera el acto de piratería aérea más largo de América Latina y uno de los más extensos de la aeronáutica mundial.

Su periplo es desde luego digno de la mejor crónica homérica. Cuáles fueron las indicaciones exactas de los secuestradores varía de una versión a otra, pero todas coinciden en un mismo aspecto: querían poner tierra de por medio con Colombia. El Espectador explica que los raptores exigieron a piloto y copiloto que desviaran la nave a Cuba, mientras la BBC apunta, citando una entrevista a un miembro de la tripulación, que lo que solicitaron fue dirigirse a la isla de Aruba, una posible parada intermedia en una escapada más extensa hacia Centroamérica.

Avances y retrocesos. Lo que sí sabemos es que la nave se dirigió primero a Aruba, dio vueltas más tarde sobre Panamá, Costa Rica y El Salvador sin lograr permiso de las autoridades para aterrizar, lo que le obligó a regresar a Aruba. El avión acabó despegando de nuevo, primero con destino Guayaquil y más tarde hacia Lima. Su periplo aún le llevaría a Mendoza y Buenos Aires, en Argentina.

Durante ese enrevesado y extensísimo itinerario, de miles de kilómetros, se escaparon del avión varios pasajeros y los secuestradores liberaron a otros. Todo esto mientras avanzaban las aún más complicadas negociaciones para conseguir el auténtico objetivo de los raptores: el botín de 200.000 dólares. Porque tampoco en ese punto las cosas avanzaban como las habían planeado en un inicio.


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200.000 no, mejor 20.000. El abogado de SAM les ofreció una cantidad considerablemente inferior, 20.000 dólares, y el Gobierno acabó llegando a la conclusión de que no podía atender a las pretensiones de los raptores. Al final, tras muchas negociaciones, horas de secuestro y en una situación ya extrema, la pareja de secuestradores acabó recibiendo un maletín con 50.000 dólares.

BBC explica que fue el propio capitán del avión quien, tras más de 30 horas de vuelo, alertó a los secuestradores que la nave necesitaba mantenimiento, lo que les obligó a mirar de nuevo a Aruba. SAM planteó una salida salomónica: permitirían un relevo de la tripulación y la nueva se presentaría con 50.000 dólares.

Un final digno de Netflix. Si el rapto del vuelo 601 es digno de película (o miniserie), su final no lo es menos. La cadena británica explica que, ya con la nueva tripulación y los 50.000 dólares a bordo, el avión se dirigió primero a Lima y luego a Mendoza. A esas alturas a bordo ya solo viajaban los secuestradores y el personal de la aerolínea. De allí la aeronave se trasladó primero a Resistencia y luego a Asunción, ciudades donde la nave no estuvo más de media hora.

Tras más de 60 horas de rapto, el avión llegó a Buenos Aires, pero… sorpresa: solo desembarcaron los pilotos y azafatas. Durante su investigación, Di Ricco constató que los delincuentes se habían bajado del avión en Resistencia y Asunción —cada uno con la mitad del botín que habían conseguido— tras llegar a un acuerdo con los tripulantes. A uno de los secuestradores la treta no le salió bien del todo. Lo pillaron solo cinco días después. Del otro no se supo nada más.

Pero… ¿Quiénes eran los raptores? He ahí otro dato sorprendente. Quizás el más llamativo de todos. Aunque se habían identificado como miembros de la ELN, los raptores tenían un oficio curioso: eran futbolistas, dos deportistas de Paraguay sin demasiada fortuna con ganas de dinero fácil: Eusebio Borja y Francisco Solano-López. De hecho uno de los detalles que más llamó la atención de los pasajeros que viajaban en el vuelo 601 fue el acento “indeterminado” de los dos hombres.

El Heraldo explica que cuatro años del incidente ambos habían sido fichados por el América de Ambato, equipo en el que se conocieron e hicieron buenas migas. Los éxitos deportivos no les acompañaron, sin embargo. El América de Ambato acabó bajando a segunda división y sus caminos se separaron sin que ninguno de ellos llegase a conseguir grandes hazañas. Si logrando fama mundial fue por otra de sus facetas, alejada de los campos: la piratería aérea, especialmente rentable para Eusebio Borja, que jamás llegó a ser capturado. Francisco acabó detenido y extraditado a Colombia, donde cumplió una pena de varios años de prisión.

Imágenes | Netflix y Wikipedia (La fotografía de portada muestra un Lockheed L-188 Electra, el mismo modelo de avión que protagonizó el suceso de 1973, pero no se corresponde con la misma unidad. El avión de la imagen principal lo operaba TAN Airlines, compañía no relacionada con el suceso, que afectó a SAM).

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