El colapso de las corrientes oceánicas es ya una posibilidad real. Estas son las consecuencias que podemos esperar
La conversación climática de los últimos tiempos rota cada vez más en torno a la más que probable defunción de la Corriente del Golfo. Una vez pasado el susto y dejado claro que aún nos quedan muchos años de AMOC, es buen momento para pararnos hacer la gran pregunta central: ¿de verdad es tan problemático que la corriente atlántica desaparezca?
¿Qué es eso de la circulación termohalina? Aunque, desde aquí arriba, los océanos parecen poco más que agua y más agua, lo cierto es que bajo la superficie existe una enorme e intrincada red de corrientes. La circulación termohalina (a la que algunos denominan, metafóricamente, cinta transportadora oceánica) es una parte de la circulación oceánica a gran escala que se produce para compensar los gradientes globales de densidad de las masas de agua.
Como el sol no calienta el mar igual en todos los sitios y los flujos de agua dulce llegan al océano por puntos muy concretos, se necesitan una serie de “corrientes” que equilibran esas disparidades a nivel global. A día de hoy (y en términos globales, porque a nivel local existen corrientes propias) la gran cierta transportadora oceánica es la que se ve en la siguiente imagen.
¿Eso es lo que se va a parar? No exactamente: por las dimensiones, por propiedades termoquímicas y por su geografía, lo razonable es pensar que el océano siempre tendrá corrientes de este tipo. Tendrán una forma u otra, pero estarán ahí. El problema real es que tienen un impacto enorme en la vida climática de la Tierra.
Es decir, si cambian: lo notaríamos. Vaya si lo notaríamos.
Un ejemplo práctico: Europa. ¿Qué pasaría si la AMOC (es decir, la parte de la corriente termohalina que hoy recorre el Atlántico norte desapareciera o se debilitara más de lo razonable)? Pues que, de entrada, nos encontraríamos con “enfriamiento generalizado en todo el Atlántico norte y hemisferio norte en general”. Es decir, que la temperatura en Europa bajaría varios grados. Eso, de rebote, conllevaría “grandes cambios en la precipitación en los trópicos con un desplazamiento hacia el sur de la Zona de Convergencia Intertropical Atlántica”.
Amplias consecuencias. Pero, por supuesto, la cosa no se quedaría ahí. Cuando digo que Europa bajaría varios grados, no estoy retratando bien la situación. Viviríamos un “fortalecimiento de las borrascas de invierno, con más y más potentes ciclogénesis explosivas que afectan a Europa” y una “mayor proporción de precipitaciones cayendo en forma de nieve en toda Europa”: estamos acostumbrados a escuchar hablar de grandes nevadas en EEUU en latitudes parecidísimas a las europeas, pero nosotros no las sufrimos por la corriente del golfo.
Sin ella, buena parte de Europa tendría que sufrir muchos más meses con nieve y terrenos congelados. Eso, a medio plazo, conlleva una “fuerte disminución de la vegetación y la productividad de los cultivos” en el continente como respuesta al enfriamiento y la disminución del agua disponible. No son situaciones inéditas, pero es cierto que no estamos preparados para ellas.
Mucho más, hay mucho más. Los investigadores llevan años discutiendo sobre los posibles efectos de la desaparición de las corrientes actuales. Por ejemplo, se especula que las enormes variaciones térmicas que los paeloclimatólogos han observado en la anterior glaciación (“fluctuaciones medias de temperatura de entre 10 y 15 grados en solo una sola década. Mucho mayores, por tanto, que los cambios actuales de 1,5 grados en un siglo”) pudieron deberse a la desaparición y posterior recuperación de la AMOC.
También se habla de huracanes y tormentas tropicales mucho más intensas. Pero, en el fondo, se trata de eso: modelos, modelos y modelos. Como hemos visto estos meses con las erráticas circulaciones atmosféricas del Atlántico que han sorprendido a todo el mundo, hasta que no lo vivamos… todo serán incertidumbres.
Lo cierto es que el proceso puede ser muy doloroso. Porque, aunque estos días se ha vuelto viral el estudio que planteaba la posibilidad de que la corriente colapsara en un par de años, el debilitamiento progresivo parece que va de la mano del cambio climático.
Si hacemos caso de los modelos más conservadores, las temperaturas irán subiendo progresivamente durante décadas (obligándonos a cambiar nuestras infraestructuras para sobrevivir en sitios más cálidos); para girar 180 grados y, en poco tiempo, enfrentarnos a un enfriamiento extremo del continente.
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Imagen | Mariiana QM
*Una versión anterior de este artículo se publicó en julio de 2023