Noruega quiere cumular 82.500 toneladas de cereales antes de que acabe la década. El motivo: prepararse para "lo impensable"
El Gobierno de Noruega acaba de firmar un acuerdo para almacenar 30.000 toneladas de trigo en los próximos dos años. No es una decisisón aislada. Al contrario. Forma parte de una estrategia a largo plazo para, en palabras del ministerio de agricultura, “estar preparados para lo impensable”.
¿Qué van a hacer? Por lo pronto, acumular trigo y otro tipo de cereales. Ya el año pasado se anunció una inversión anual de unos 6 millones de euros para ellos. Es el primer paso de un objetivo muy ambicioso: llegar a acumular hasta 82.500 toneladas de cereales antes de que acabe la década.
Es decir, “suficiente grano para tres meses de consumo por parte de la población de Noruega en una situación de crisis que pueda surgir”, explicaba el ministro de Agricultura en NRK.
¿Cómo lo van a hacer? Según explican en El Economista, los ministros de Agricultura y Finanzas (Geir Pollestad y Trygve Slagsvold Vedum) ha oficializado el acuerdo con cuatro empresas privadas. El trigo (cuyas primeras 15.000 toneladas se guardarán este año) será almacenado en su territorio nacional en las instalaciones que las empresas crean oportuno.
Según han explicado desde el ministerio de Finanzas, “debería haber un nivel adicional de seguridad en caso de grandes perturbaciones en los sistemas de comercio internacional o fracaso de la producción nacional”, ha señalado Slagsvold Vedum. “Esta es una parte importante del trabajo del gobierno para fortalecer la resistencia nacional”.
¿Por qué ahora? Noruega almacenó cereales desde la década de 1950 hasta 2003. Aquel año, el Gobierno suspendió las reservas al considerar que no eran necesarias. Así que una de las grandes preguntas es qué ha pasado para que un país tan acostumbrado a pensar en el largo plazo vuelva a guardar cereal.
Y lo cierto es que el Gobierno no ha entrado en demasiado detalle. En los últimos meses, la discusión de la iniciativa ha tenido siempre los mismos ejes y ejemplos: la pandemia de COVID-19, la Guerra de Ucrania o el cambio climático. Es decir, la respuesta ha sido que todo esto forma parte de un estrategia diseñada para proteger al país de “eventos potenciales que puedan romper las cadenas de suministros o generar fuertes incrementos de precios en alimentos básicos”.
¿Tiene sentido? Desde luego, algo extraño lleva meses pasando en el mercado de cereales. Hemos hablado de la “crisis de las empanadillas” en la que la “falta de harinas” ha afectado a una empresa del tamaño de Nestlé. Pero esto parece otra cosa: un movimiento mucho más a largo plazo de lo habitual que nos habla, sobre todo, de una incertidumbre creciente en el mundo actual.
¿Deberíamos tomar nota? Esa es la otra gran pregunta. Sobre todo porque, más allá de sus potencialidades geográficas (como, por ejemplo, el aislamiento de nuestra red eléctrica son respecto a Europa) España no tiene grandes planes de contingencia ante interrupciones grandes del metabolismo social, político y económico.
España, como Noruega, también tuvo durante buena parte del siglo XX un control enorme sobre la producción y el almacenamiento del cereal. Sin embargo, en 1984, como parte de las reformas para entrar en la Unión Europea y las numerosas reconversiones industriales, se desmanteló la Red Nacional de Silo y Graneros.
Quizás sea momento de replantearnos todas estas decisiones. Sin embargo, no parece sencillo: ninguna de las grandes promesas que se hicieron tras la pandemia han acabado tomando cuerpo (o van muy muy lentas). Con esos precedentes, el optimismo se hace difícil de sostener.
Imagen | Polina Rytova / Max van den Oetelaar
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