En EEUU hay una ciudad "colonizada" por los vascos. Y tiene su propia ikastola, frontón e ikurriñas en la calle
Si te das un paseo por las calles de Boise te encontrarás con un frontón, una ikastola con profesores que imparten sus lecciones en euskera, un museo dedicado a la cultura vasca e incluso alguna que otra ikurriña ondeando en la calle. Tampoco es extraño oír apellidos de clara resonancia vasca, ver bares que ofrecen kalimotxo o platos tradicionales e incluso, en caso de que tengas suerte y acudas a la ciudad en el año adecuado, disfrutar del Jaialdi, un festival con exhibiciones de txingas, harrijastzailes o aizkolaris que atrae a decenas de miles de personas.
Hasta ahí nada extraordinario. Lo fascinante es dónde está Boise: la ciudad se sitúa a más de 8.000 kilómetros del País Vasco, en pleno corazón de Idaho, EEUU.
Vasco con acento de Idaho. Aunque está al otro lado del Atlántico, a miles de kilómetros de las montañas y las costas vascas, Boise es a su modo una porción de Euskal Herria en EEUU. Así lo mostró hace unos años el programa ‘Vascos por el Mundo’, que incluso llevó a la ciudad estadounidense un mensaje del lehendakari Iñigo Urkullu. Entre otros lugares, las cámaras de la cadena autonómica visitaron una ikastola, una escuela con maestros que daban lecciones en euskera.
Por las calles de Boise, capital de Idaho, pueden verse un museo y centro cultural consagrados a la cultura vasca, ikurriñas, restaurantes de comida tradicional, un frontón… En la localidad hay incluso un barrio vasco, Basque Block, “el centro de la vida vasca local y un lugar de reunión popular para residentes y visitantes”, en palabras de Visit Southwest Idaho. Allí se situaban en su día dos pensiones en las que solían alojarse los inmigrantes que acudían a EEUU en busca de trabajo.
En EEUU como en Vizcaya. “Boise cuenta con una manzana entera de la ciudad dedicada al homenaje de la cultura vasca, restaurantes con productos y platos típicos del País Vasco, museos, frontones y hasta un colegio que ofrece educación en vasco”, relata el Hispanic Council. En el lejano estado de Idaho —abunda— hay incluso fieles seguidores del Athletic que celebran sus éxitos igual que cualquier aficionado de Bilbao y se festeja a San Ignacio de Loyola.
No son los únicos puentes entre el noroeste de EEUU y Euskalherría. Si la profusión de apellidos vascos no fuese otra pista clara, en Boise hay negocios en los que puedes comprar chacinas de Pamplona o vinos de la Rioja. También algún que otro bar que sirve kalimotxo o un mural con guiños al Guernica de Picasso. Incluso en la política ha dejado su impronta el País Vasco. En 2008, en plena campaña presidencial, el alcalde de la ciudad, David Bieter, vasco de segunda generación, animó a sus convecinos para que clamaran en un auditorio “Gora Obama”.
Presumiendo de raíces. Si hay una demostración de hasta qué punto Euskalherria está metida en el ADN de Boise es el Jaialdi, un festival dedicado a la cultura vasca que moviliza a decenas de miles de personas. La cita se estrenó 1987, se celebra cada cinco años y ha ido ganado tal relevancia que ahora mueve a más de 30.000 participantes, lo que la convierte —reivindican sus organizadores— en una de las grandes citas de su tipo que se celebran fuera de Europa.
Quienes se acercan pueden disfrutar de exhibiciones de txingas, harrijasotzailes, aizkolaris o artesanía. La edición de 2020 acabó frustrada por la pandemia, pero Idaho se prepara ahora para la del próximo año, que se celebrará del 29 de julio al 3 de agosto. La celebración incluso ha atraído la atención del diario The New York Times, que explica que en 2015 la celebración atrajo a 35.000 personas.
Pero… ¿Por qué ese vínculo? Por una cuestión histórica. Para entender el vínculo de Boise e Idaho con el País Vasco hay que remontarse al siglo XIX, cuando un grupo de emigrantes vizcaínos decidieron buscarse la vida en el oeste de EEUU. Allí acabaron dedicándose sobre todo al cuidado del ganado y crearon un vínculo que atrajo a más inmigrantes de Euskadi que decidieron mudarse a Idaho.
El resultado: el fortalecimiento de una comunidad vasca de ultramar, un amplio colectivo integrado, según los datos que manejaba en 2020 el Gobierno vasco, por alrededor de 16.000 personas. No es un número muy elevado si se tiene en cuenta el conjunto de la población de Idaho, que roza los dos millones, pero sembraron una semilla que resulta especialmente visible en Boise, la capital estatal.
Más allá de Boise. Boise es solo un resultado más, quizás el más conocido y curioso, de un fenómeno mucho mayor: el flujo de inmigrantes vascos que entre finales del siglo XIX e inicios del XX se dirigieron a EEUU. “La fiebre del oro de 1849 alentó a los vascos a viajar por la ruta del sur hacia Argentina, Chile, México y California para dedicarse a la minería”, rememora Basque Museum de Boise.
Una vez al otro lado del Atlántico, los inmigrantes se encontraron con dos ventajas: una próspera industria ovina dedicada a la producción de carne y lana necesitada de mano de obra y un ferrocarril transcontinental que ya en la década de 1870 permitía viajar de forma rápida, segura y económica al oeste del país.
La facilidad para viajar les permitió, al igual que a otros muchos inmigrantes europeos que desembarcaban en Nueva York, desplazarse a California, Nevada, Idaho, Oregón o Wyoming. La ola de migración continuó durante las primeras décadas del siglo XX antes de decaer, ya en los 50, con la pérdida de peso de la propia industria ovina. Boise no es el único testigo de aquella época. Euskonews recordaba en 2020 el caso de Jordan Valley, en el estado de Oregón, donde en 1940 la comunidad vasca era una de las más importantes de la población.
Imágenes | Dmharris26 (Wikipedia), Eneko Bidegain (Flickr) y Nicolás Boullosa