Si Japón creía que la lucha contra la yakuza era difícil es porque no conocía su sucesor en el mundo de crimen: los tokuryū
Su nombre sale de la combinación de tokumei, que podría traducirse como “anónimo”, y ryūdo, “fluido”, lo que da una idea bastante aproximada de cómo operan los tokuryū, la nueva forma de crimen que trae de cabeza a las autoridades japonesas y muchos consideran ya el relevo de la yakuza. Su actividad supone todo un reto para la policía que lleva años peleando con los sindicatos tradicionales del crimen nipón. Y es así por una razón muy simple: frente a la jerarquía y los códigos de la yakuza, los tokuryū huyen de estructuras rígidas que puedan rastrear los agentes. Como indica su nombre, se basan en el anonimato y la flexibilidad.
La policía de Japón habla de miles de arrestados en cuestión de un año y medio. De hecho, está dedicando importantes recursos a su investigación.
Las cartas sobre la mesa. Su nombre es bastante descriptivo. Y nos habla de qué es y sobre todo de cómo funciona. Tokuryū, la palabra con la que se designa la nueva forma de crimen que acapara desde hace un tiempo la atención (y recursos) de las autoridades japonesas, es la suma de dos términos: tokumeik, que se puede traducir por “anónimo”; y ryūdo, “fluido”, adjetivos que captan bien su esencia.
Los tokuryū son grupos criminales que se caracterizan por prescindir de estructuras, códigos e incluso vínculos entre las personas que, en un momento dado, se alían para cometer un delito. Su estructura poco tiene que ver con la de la yakuza. También sus perfiles. Es más, The Japan Times habla directamente de “cuasi gánsteres” o ciudadanos que acaban envueltos en redes criminales.
¿Cómo funcionan? A diferencia de otras organizaciones criminales bien estructuradas y con sus propios códigos de conducta, como los sindicatos del crimen tradicional de Japón o Italia, el fenómeno tokuryū está ideado para burlar el control de las autoridades. En su caso se prioriza la flexibilidad a la rigidez organizativa y jerarquía, aun a costa de una menor profesionalización.
El periódico The Guardian, que dedicó hace unas semanas un artículo a los tokuryū, los define como grupos creados ad hoc para cometer crímenes, a menudo con personas que ni siquiera se conocen entre sí ni tampoco saben quiénes dirigen los “golpes” que perpetran. A muchos los reclutan online para trabajos puntuales, incluso a través de Instagram. En lo que sí se parecen a las bandas criminales tradicionales es en que, una vez se cae en sus redes, salir no resulta sencillo.
Algunos detenidos han asegurado haber recibido amenazas —dirigidas tanto a ellos como a sus familiares— para que siguiesen cumpliendo órdenes. “Gente común atrapada en el crimen”, los define The Japan Times, que advierte de cómo esa fórmula desdibuja la línea entre el mundo del hampa y los ciudadanos.
Ágil y escurridizo. Semejante fórmula puede tener inconvenientes, pero también ventajas claras: los delincuentes trabajan desde el anonimato y no es extraño que no conozcan ni a sus compañeros ni a quienes planifican los crímenes, lo que complica aún más cualquier intento de rastreo. Los criminales e dispersan y reagrupan con facilidad, trabajan sin una estructura organizativa clara y su campo de actuación es también difuso y muy amplio. The Guardian refiere grupos que trabajaban desde países como Filipinas, Camboya, Tailandia o Vietnam.
En sus redes se han encontrado perfiles criminales igual de dispares: desde adolescentes sin antecedentes a ex yakuzas o personas que mantienen lazos con los sindicatos tradicionales del crimen organizado. “Noté algo extraño cuando realicé una investigación de campo. Si bien algunos mostraban signos de ser miembros de grupos cuasi organizados, muchos parecían ser gente corriente, incluidos jóvenes”, relata Noboru Hirosue, experto en criminología de la Universidad de Ryukoku.
Casos concretos. Su abanico de actividades es amplio. abarca desde robos y fraudes a crímenes mayores, como asaltos o asesinatos. Hace un año, en mayo de 2023, tres ladrones enmascarados asaltaron una tienda de relojes de lujo de Ginza, en Tokio, de la que salieron con un cuantioso botín de 74 piezas valoradas en casi 1,8 millones de euros. Cuando la policía los capturó poco después y los investigó a ellos y al conductor que los ayudó a fugarse, se encontró con que eran jóvenes de entre 16 y 19 años. Sin antecedentes. Los habían reclutado a través de Internet.
“Detrás no había un grupo yakuza, sino una red de fraude compuesta por miembros de grupos del crimen organizado y cuasi gánsters de la región de Kanto”, explicaron las autoridades. Otro caso bajo la sombra de los tokuryū es un asesinato perpetrado hace no mucho y que acabó con dos cadáveres localizada en Nasu. Dar con el “cerebro” del crimen ha supuesto un reto para la policía. Tiene sospechosos relacionados con el caso, gente a la que supuestamente contrataron para llevar a cabo el delito; pero las pistas se difuminan cuando la policía quiere ir más allá. “En la mayoría de los casos los superiores nunca son atrapados. Por lo general, solo se captura a quienes cometieron los crímenes”, añade el experto de Ryukoku.
Miles de arrestos. Que la de los tokuryū no es una tendencia aislada lo demuestran los datos de la propia Agencia Nacional de Policía (NPA). Según sus tablas, se han clasificado con esa etiqueta más de 10.000 personas arrestadas en apenas año y medio, entre septiembre de 2021 y febrero de 2023. Y ese no es el único indicador. Otro es que la tendencia ya ha despertado el interés de expertos como Hirosue o medios de alcance internacional, incluido The Guardian.
Las propias autoridades parecen estar dedicándole una atención cada vez mayor: en la prefectura de Fukuoka, por ejemplo, un antiguo bastión yakuza, se creó hace no mucho una división con un centenar de integrantes precisamente para plantar cara a los tokuryū. Y no es la única. Hay investigadores con experiencia centrados en la misma tarea en otras prefecturas del país, como Chiba, Aichi o Osaka.
¿El relevo de la yakuza? Hay quien ya advierte de que los tokuryū parecen tomar el relevo de la yakuza. De lo que no hay dudas es de que su irrupción llega en un contexto muy específico, marcado por los esfuerzos legales que desde hace más de una década intentan ponérselo difícil al crimen organizado. Las leyes y medidas represivas de las que se ha ido dotando el país han colocado a sus integrantes en una situación difícil que limita su atractivo a la hora de captar nuevos miembros.
Los yakuza pueden abrirse una cuenta en el banco, ni tener a su nombre una tarjeta de crédito o un contrato de telefonía móvil, no pueden alquilar una casa ni comprarse coches; y las normas han complicado también las relaciones entre las empresas y sus organizaciones, lo que les ha obligado a adoptar cambios. Sus cifras sugieren, como mínimo, una pérdida notable de miembros en un país inmerso en un claro declive demográfico: de los más de 180.000 integrantes que llegaron a alcanzar en la década de 1960 ha pasado a apenas 20.400 en 2023.
Imágenes | Shankar S. (Flickr) y Wikipedia (Basile Morin)