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200 años después, ya tenemos un sospechoso para la sordera de Beethoven: el plomo. Y lo sabemos gracias a dos pelos

El 6 de octubre de 1802, Beethoven se sentó a redactar su testamento. Le quedaban aún 25 años de vida, pero él no lo sabía. Desesperado por una sordera cada vez más profunda, presa de unos salvajes dolores gastrointestinales y sumido en una terrible depresión, los pensamientos suicidas le acosaban de día y de noche.

La carta dirigida a sus hermanos, escrita de su puño y letra, es conmovedora; un retrato terrible de cómo la enfermedad crónica y la vergüenza pueden arruinar una vida. Y, casi final de la primera parte, pidió que, “tan pronto como yo muera”, investigaran su enfermedad.

Eso llevamos dos siglos intentando hacer sin éxito. Aunque ahora quizás hemos encontrado la pieza que faltaba.

Un larguísima especulación de dos siglos. Mucho antes de su muerte, Beethoven se había convertido en un asiduo a toda clase de médicos y curanderos. Además de la sordera, el compositor sufría de “mala digestión, el dolor abdominal crónico, cirrosis hepática, la nefropatía, la pancreatitis crónica” y un buen catálogo de alteraciones gastrointestinales, bronquiales, articulares y oculares. Y nadie consiguió dar con la clave.

Tras el rastro del problema. Hace unos años, unos investigadores decidieron honrar la petición de Beethoven buscando algunos de sus cabellos (había decenas de “reliquias” repartidas en colecciones de medio mundo) y analizando su ADN para autentificarlos e investigar, con ellos, qué podrían revelar.

En 2023, los mejores resultados hasta la fecha descartaron algunas de las muestras más famosas y revelaron datos genéticos interesantes. Pero no resolvieron el problema. Es más, plantearon algunos nuevos porque durante los análisis han sido incapaces de ponerse de acuerdo en si los cabellos contenían plomo o no.

¿Qué han descubierto? Ahora una nueva investigación ha analizado más cabellos y ha llegado a la conclusión que no solo contenía plomo, arsénico y mercurio… sino que, como Paul Jannetto explicó al NYT, tenía las concentraciones más altas que había visto nunca en un cabello humano. Y Jannnetto es director de un laboratorio que tiene miles de muestras de todo el mundo.

En concreto, han descubierto que las muestras tenían entre 258 y 380 microgramos de plomo por gramo de pelo. El nivel normal es de unos 4 microgramos de plomo por gramo. También contenían niveles de arsénico 13 veces superiores a lo normal y niveles de mercurio cuatro veces por encima de lo normal.

Es decir, Beethoven estuvo expuesto a altísimas concentraciones de plomo. ¿Podría ser la explicación definitiva? Lo cierto es que la intoxicación por plomo no es completamente consistentes con los problemas gastrointestinales que arrastraba el músico, pero es un indicio de algo que sí podría estar detrás de todo ello.

Y no, no es el asesinato. Nadie está diciendo que fuera envenenado. No hizo falta. Y es que, antes de saber sus efectos tóxicos, el plomo era sorprendentemente habitual en Europa. El “azúcar de plomo”, como se conocía al acetato de plomo, se echaba en los vinos baratos para mejorar su sabor y muchas de las medicaciones que se usaban estaban basadas en él.

Pongo esos dos ejemplos porque, como bien sabemos, Beethoven consumía muchísimo vino (fruto, imaginamos, de la enorme depresión que arrastró desde los 20 años), bebía de un manantial supuestamente medicinal con altos contenido plúmbeo y llegó a tomar hasta 75 medicamentos diarios.

No es raro que se intoxicara con plomo y con todo tipo de metales pesados pensando que eran curativos. No es raro que fuera la huida desesperada de los primeros síntomas de la enfermedad lo que acabara por condenar al genio alemán. Aún no lo sabemos a ciencia cierta, pero cada día estamos más cerca de estarlo.

Iamgen | Francisco Anzola

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