La fascinante historia del diamante más grande del mundo: un viaje secreto, escoltas y el monumental desafío de dividirlo
El 25 de enero de 1905, Frederick Wells se encontraba a unos cinco metros de profundidad inspeccionando una mina de diamantes llamada Premier en cerca de la ciudad de Pretoria, en Sudáfrica. Wells se percató de algo que ningún otro trabajador del yacimiento había visto antes: una piedra brillaba en el oscuro lugar subterráneo.
Según el Royal Collection Trust, la piedra fue analizada ese mismo día en la oficina de la mina y se determinó que se trataba de un diamante de 10,1 x 6,35 x 5, 9 cm y 3.106 quilates (621,2 gramos). No era una piedra cualquiera, sino el diamante en bruto más grande del mundo. Una maravilla con unas características notables.
Un diamante con características únicas
El diamante no solo destacaba por sus dimensiones y pureza; también lo hacía por su color “blanco azulado claro”. Como podemos ver en las imágenes, algunos de sus lados eran lisos, lo que sugería que alguna vez había sido parte de una pieza mucho más grande que había terminado fragmentada por las fuerzas naturales con el paso del tiempo.
Thomas Cullinan, el propietario de la mina, decidió exhibir la pieza en el Standard Bank de Johannesburgo, aunque después fue almacenada de manera segura hasta su posterior traslado a Londres. A todo esto, a medida que el interés por la pieza crecía, la prensa se refería a esta como “Diamante Cullinan” en los periódicos.
El traslado a Londres fue un verdadero desafío. Dado que se temía que alguien pudiera intentar orquestar un robo, se organizó un viaje en barco con escoltas. Sin embargo, esto fue solo una medida de distracción. El diamante en realidad llegó a destino a través de un viaje independiente para después fue adquirido por el gobierno de Transvaal con el fin de obsequiárselo al rey Eduardo VII.
Como cuenta Cape Town Diamond Museum, Cullinan fue presentado al monarca en su cumpleaños número 66 en 1907. Si bien en su estado natural era valioso y sorprendente, le fue confiado al destacado cortador de diamantes holandés Joseph Asscher para que hiciera lo que mejor sabía hacer, que era cortar diamantes. El problema era que nunca había tenido que lidiar con una dureza similar.
Asscher preparó su mejor hoja de acero para cumplir su tarea, pero el primer golpe no dio resultado. El diamante se mantuvo intacto, aunque la hoja de acero acabó dañada. En la actualidad tenemos muchos recursos para trabajar con diamantes, pero en ese momento las alternativas eran limitadas. Existía mucho trabajo manual, por lo que dividirlo demandó alrededor de ocho meses.
El resultado fueron nueve piedras principales, que fueron numeradas, y 96 piedras más pequeñas sin pulir. Las piedras Cullinan I y II fueron incrustadas en el Cetro del Soberano y la Corona del Estado Imperial respectivamente. Cullinan VI y VIII se convirtieron en un obsequio del rey Eduardo VII para la reina Alejandra. Algunos quedaron en manos de Asscher en pago de su trabajo.
Otros fueron comprados por el gobierno sudafricano como obsequio para la reina María en 1910. En la actualidad, Cullinan I y II forman parte de las joyas de la Corona británica y se exhiben en la Torre de Londres. El diamante que solía utilizar la reina María fue utilizado como broche por la reina Isabel II. Dado que se trata de piezas con gran importancia histórica y cultural es difícil estimar un precio preciso, por lo que se considera que tienen un valor “incalculable”.
Imágenes | Royal Collection Trust