Las tecnológicas se están entusiasmando con las gafas inteligentes. Tengo serias dudas sobre su éxito
Uno de los grandes debates de esta semana en el Slack de Xataka lo ha protagonizado ‘Project Astra’, el plan de Google para tener al asistente de voz definitivo y estar más cerca que nunca de ‘Her’. Lo mostraban funcionando en un móvil, pero también lo hacía a través de unas gafas.
¿La demo? Astra explicándonos a través de las mismas lo que estábamos viendo. Incluso se atrevía a analizar partes muy específicas de la imagen, como una de las piezas de un altavoz, para darnos detalles sobre ellas.
Tuve claro que el Rabbit R1 sería un fracaso. Tuve claro que el AI Pin también lo sería. Me sentía solo en una tormenta de hype en la que yo no veía más que humo. Y, con esto de las gafas como wearable en el medio plazo, tengo prácticamente los mismos puntos claros: lo tienen muy difícil para convertirse en algo mainstream. Aquí estoy refiriéndome a las gafas como dispositivo del día a día con asistente incluido, conceptos como las Vision Pro o Meta Quest 3 son caso aparte.
Meta abrió la veda. Soy usuario de las Ray-Ban Stories desde su lanzamiento. Son unas gafas de sol estupendas (no dejan de ser unas Ray-Ban). Por lo demás… las he usado literalmente tres veces con fines multimedia.
Como cámara de fotos y vídeo no me sirven: sin procesador medianamente decente y un sensor que no sea minúsculo, la calidad es muy pobre. Como auriculares, no es ya que estén alejadas de mis AirPods Pro 2, es que no compiten ni siquiera con unos auriculares de 50 euros.
Y, en el caso de que actualizase a las Ray-Ban Meta (con asistente Meta AI), creo que no sería necesario que me describiese lo que ya estoy viendo. Algunos de los ejemplos que Meta nos pone en su web son:
- “Oye Meta, mira y describe este paisaje de forma inspiradora”.
- “Ey Meta, mira y describe lo que estoy viendo”.
- “Oye Meta, mira y dime cuánta agua necesitan estas flores”.
- “Oye Meta, mira y traduce este texto al inglés”.
Salvando, quizás, el tema de la traducción (lo único que separa a las Ray-Ban Stories de las nuevas Meta) los usos son tan puntuales que. bajo mi perspectiva, soy incapaz de imaginarlas como algo de adopción masiva. De hecho, no es más que la materialización en formato gafa de tecnologías como Google Lens. Una app que uso contadas veces al año.
Nacerán más escenarios de uso, serán útiles en circunstancias determinadas y podremos preguntarle, en mitad de un restaurante, que qué lleva nuestro plato (porque preguntarle al camarero no es una opción). Pero esos escenarios serán concretos, muy concretos. Y quizás no lo suficiente para desembolsar importantes cantidades de dinero.
Limitaciones técnicas. Las gafas inteligentes tienen un formato que plantea serios retos. El primero es el del hardware. Introducir sensores de cámara con sus correspondientes lentes es bastante complicado, siempre y cuando queramos que estas gafas tengan un formato “normal”. Nacen como dispositivo con cámaras y audio “que cumple”, pero no como un remplazo del móvil o los auriculares.
Lo mismo sucede con la batería. La grabación de vídeo es una de las demandas energéticas más exigentes para cualquier dispositivo electrónico. Mis Ray-Ban Stories apenas aguantan unas 3h de uso intenso, y en el caso de las nuevas Ray-Ban Meta Facebook mantiene las cifras: promete unas 4h. Esto no es algo que pueda cambiar en el medio plazo y que supone una limitación relevante para el formato.
Que la batería dure poco no debería preocuparte solo en el momento de la compra: siempre hay que pensar a futuro. Esas 4h teóricas, en 3 o 4 años de uso, más que probablemente queden más cerca 2h. Con los avances en baterías las cifras irán aumentando, pero las limitaciones en este aspecto son claras.
Un formato muy intrusivo (para algunos). Es cierto que la mayoría de la población española lleva gafas para mejorar su vista, pero en mi caso entiendo los wearables como algo que puedo llevar puesto todo el día sin apenas darme cuenta.
En el caso de las personas que no usamos gafas, apostar por este formato que puede generar fatiga visual, más intrusivo que un reloj inteligente, y reservado a usos concretos. Estoy convencido de que, si fuera un usuario con gafas, mi punto de vista sería distinto (nunca mejor dicho).
En el caso de un reloj, un anillo o una pulsera, hablamos de formato mainstream: cómodos, para todo el mundo y de los que nos olvidamos a las pocas horas.
Hablemos de privacidad. Para que este tipo de dispositivo preserve nuestra privacidad, es necesario que tan solo graben cuando nosotros se lo indicamos. Pero… ¿a quién no se le ha activado Google Assistant o Siri sin querer y ha escuchado algo que quizás no queríamos decirle? Con unas gafas inteligentes, las precauciones a tomar son aún mayores.
Le estamos dando permiso a la compañía para que vea (y analice) lo que nosotros vemos, algo que no debería preocuparnos cuando lo hacen de forma consentida (tu smartphone hace exactamente lo mismo cuando abres la cámara), pero que en el caso de las gafas requiere especial cuidado.
Solo el tiempo determinará si me equivoco o no en el razonamiento, pero en mi caso todo parte de un mismo punto: las gafas inteligentes no vienen para solucionar un problema ni para cubrir o generar ninguna necesidad que no tengamos cubierta (esto último, para mí, es la clave en el éxito comercial de cualquier producto). Vienen para realizar, de forma menos completa, funciones que ya realizan nuestros smartphones. Eso sí, en un formato que nos deja las manos libres.
Imagen | Xataka
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