Los deberes llevan muchos años en el punto de mira de muchos padres. Tienen buen motivo
Los deberes son una eterna fuente de debate. Para algunos un pilar fundamental del sistema educativo. Para otros, un lastre para el desarrollo intelectual. Entre medias, un arcoíris de opiniones más o menos favorables.
Más mal que bien. Un nuevo estudio realizado por investigadores Australianos y Canadienses inclina la balanza en contra de esta práctica. Al menos en el ámbito de las matemáticas y cuando se trata de ejercicios complejos que suponen un reto incluso para los progenitores.
El análisis cualitativo realizado por el equipo identificó algunos de los aspectos que convertían las tareas en perjuicio. Además de la dificultad de los ejercicios en sí mismo, observaron que estas hacían que los alumnos se acostaran más tarde o que interfirieran con el tiempo dedicado a la familia. También señalaron sentimientos de frustración e ineptitud.
“Los deberes han sido aceptados durante mucho tiempo como una práctica que refuerza el aprendizaje de los niños y mejora el éxito académico,” explicaba en una nota de prensa Lisa O’Keeffe, coautora del estudio. “Pero cuando es demasiado complejo para que un estudiante lo complete aún con apoyo parental, conlleva la pregunta de por qué se asigna como tarea en primer lugar.”
Ocho familias. El estudio se realizó a través de encuestas realizadas a ocho familias de Terranova, Canadá. Todas ellas tenían al menos uno de sus hijos cursando el tercer grado del currículum educativo canadiense (típicamente esto implica una edad de 8 o 9 años). Los detalles de la metodología y los resultados fueron publicados en un artículo en la revista British Journal of Sociology of Education.
Asociaciones negativas. Por ejemplo cuando la dificultad impedía a los estudiantes completar su tarea de forma independiente. O incluso con ayuda parental. También cuando los deberes requieren una ayuda importante de estos y absorben parte del tiempo dedicado a la vida familiar.
Las tareas domésticas también pueden generar malas experiencias, las cuales generan a su vez “asociaciones negativas” vinculadas a las matemáticas, lo que generaría disociación con respecto esta disciplina. La sensación de impotencia también se extendía a los progenitores, incapaces a menudo de ayudar, pero en general hacía sentir ineptitud a los estudiantes que debían “pelearse” con estas tareas.
Los detalles de la metodología y los resultados fueron publicados en un artículo en la revista British Journal of Sociology of Education.
Odiar las mates. La pérdida de la cinfianza en uno mismo es un problema al que se enfrentan muchos alumnos, y uno de los causantes podría estar aquí. Pero para el equipo responsable del estudio el problema va más allá, también es vocacional, ya que esta sensación también puede generar un grado de rechazo y animadversión hacia las matemáticas en particular y hacia las ciencias más en general.
La sociedad no puede permitirse perder vocaciones en ciencia y tecnología. En Australia (de donde es parte del equipo responsable del estudio) se estima que tan solo un 10% de los estudiantes alcanzan un nivel alto en matemáticas. Es más, las habilidades de los australianos han ido reduciéndose con el tiempo, señala el equipo.
Nuevos tiempos. La defensa de los deberes muchas veces se centra también, explica el equipo, en sus beneficios extraacadémicos, como el desarrollo de nuestra capacidad para organizarnos, autodisciplina, o para poder ganar independencia. Sin embargo el estudio parece indicar más bien lo contrario.
Caminamos hacia el fin de los deberes tal y como los conocieron las generaciones millenial y anteriores (e incluso aquellos en la generación Z que ya han completado sus estudios). Es casi imposible especular por dónde irá el futuro de la educación en tiempos de las inteligencias artificiales generativas. En cualquier caso, la renovación parece necesaria.
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Imagen | Andrea Piacquadio